
una recta bajo la sombra de hayas y castaños enormes, ligeramente cuesta abajo en la que adelantaba a todo bicho viviente, estaba emocionado y tuve que contenerme porque esas rectas llanas invitaban a los excesos. Me había planteado como objetivo una carrera sensata para llegar fuerte al final, 33 km/h de media era suficiente y yo superaba los 35 pero los cantos de sirena de ese plato de 52 dientes no me dejaba aflojar. En media hora pasamos por la ciudad de camino a las dos vueltas, el asfalto estaba minado de obras y alcantarillas, terreno propicio a los pinchazos, había que ir con cuidado. Por cierto, siempre estaba rodeado de gente, nadie hacía el afilador pero cumplir la norma anti-chuparuedas era literalmente imposible dada la densidad de ciclistas. Salir de la ciudad mejoró el circuito, campos de cebada, vacas pastando, pueblos sacados de un relato de Heidi y alguna subida llena de gente a lo Alpe D'Huez llena de gente a los lados que te hacían aumentar el ritmo involuntariamente. Hasta pasamos por una rotonda donde había una estatua dedicada a Elvis Presley, "El Rey" había hecho la mili en una base americana de la zona y había puesto a ese pueblo en el mapa. Turismo total. También hay que decir que el recorrido tenía sus sorpresas, habia tres curvas con bastante peligro, una de ellas de 90º a toda velocidad en la que pusieron fardos de paja (me imagino para qué) y en la que de frente te encontrabas a familias comiendo despreocupadamente, pero no había problema porque era Alemania. El ritmo era endiablado pero no quedaba otra, los centroeuropeos iban como flechas aunque siempre estuve rodeado de italianos, españoles e irlandeses (y luego dicen que hay crisis del euro). Había viento y se notaba a la ida, desde luego no era como en Lanzarote pero viento había y el resultado es que a la vuelta se rodaba como un cometa en colisión contra el sol. La segunda vuelta la comencé con el incidente obligado del día, se me salió la cadena y no entraba con el desviador, tuve que hacerlo manualmente ¡Qué coñazo! eso no alteró mi humor. de cuando en cuando me venía a la cabeza el hecho de que Juanjo no me había alcanzado aún. Teo estaría a saber dónde más adelante. Del resto de canarios sin señal todavía. La llegada a la segunda transición fue fulgurante y perdí unos segundos valiosos buscando mi bolsa roja. La carrera a pie la empecé muy bien, iba con buenas sensaciones y con buen ritmo, antes del primer giro veo más adelante a Juanjo, como me había pasado? Habría sido en los boxes, menos mal! Así no me dedicaría una canción mientras me pasaba. Hay que mirar el lado bueno de las cosas. A partir de allí todo fue a peor, empece a correr más lentamente y veía impotente como mi GPS iba rebajando la media como si fuese una hemorragia. No me sentía mal, no me dolía nada, simplemente estaba reventado, la bici desaforada me traicionó o simplemente ya me llegaba el muro. El recorrido a pie era espectacular, gente animando por todas partes, árboles, río, rascacielos, puentes y gente cogiendo el sol en el césped. En el kilómetro 25 empeoró, si cabe, el panorama, mi cuadriceps se quería rebelar y casi se me acalambra el isquio al intentar estirar. No pasó a mayores el tema. Al acabar la tercera vuelta, y sólo faltando una, veías como algunos afortunados que tenían el cuarto coletero, el preciado de color verde, entraban a meta todos contentos y yo con una envidia pasmosa. Tenía ganas de acabar el suplicio y quedaban más de diez kilómetros. Por lo menos solo quedaba una y además ningún canario me dobló. Antes de hacer el último giro, el de los coleteros verdes, vi a Rodolfo caminando, no podía creerlo. Su rodillla dijo basta. Termine la carrera galopando entre cientos de personas sentadas en una enorme grada en el Römerberg. Medallita y a echar de menos volver a correr. Bendito vicio.