"Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de absoluta oscuridad. Peligro constante. No es seguro volver con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito".
(Ernest Shackleton en los periódicos británicos reclamando voluntarios para una expedición a la Antártida en 1914)

lunes, 6 de febrero de 2012

Un buen comienzo


No me gusta decir que tenía razón, no quiero ser ventajista pero ¿Qué les dije? Justo lo que pasó, con algunas variantes claro. Para empezar la azafata del ferry nos dijo que nos fuésemos para la parte trasera de la nave, frase esa que solo había oído en películas como La aventura del poseidón o de la otra más reciente Titanic y la verdad yo no tenía vocación de ser Leonardo Di Caprio, ni si quiera por Kate Winslet. Menos mal que me había tomado dos biodraminas (la dosis máxima para un adulto) media hora antes. No resultó, no había terminado de verse la Isla de Lobos y ya estaba echando la pota. Parecía un capítulo de pesca extrema de cangrejos en Discovery channel. El día prometía. Nos bajamos del barco y mi cuerpo siguió bamboleándose un buen rato más, tanto que solo con la adrenalina de los boxes logré espabilar. Ya en la playa la speaker dijo "Chicoossss, hay que ir al pantalán y volver dos vecesss". Por un momento pensé que era broma pero nadie se rió, ni vi que Cándido descorchara una botella de Dom Perignon al oirlo así que tenía que ser verdad. Di dos pasos atrás, pensé que si daban la salida y para evitar golpes me hacía un sudoku en la orilla no me sacarían ni un minuto. Esta batalla iba a ser tablas si o si. Efectivamente nadé con parsimonia, a tres metros de cualquier extremidad humana con respiración controlada, pulsaciones en su sitio y aún así cuando llegué a boxes la alfombra azul parecía el escenario de una asamblea del Club Calima, todos estaban allí. La prisa no me había embargado porque hice una transición digna de un Ironman (en cuanto a tiempo, no de efectividad) tardé una pasada multiplicada por dos. Me subí a la bici y entonces empezó el asunto a coger color. Salí por esa subidita que echaba de menos y pasé por la gasolinera, me sentía bien y fui cogiendo gente, hasta yo estaba sorprendido de lo bien que iba tal y como estaba entrenando últimamente pero la adrenalina es una hormona milagrosa y más cuando ves a calimeros. Uno, dos, tres, cuatro, cinco calimeros alcancé. Flipaba y solo pensaba en no quemarme porque mis glándulas suprarenales no daban a basto. Solo se me ocurrió pensar una vez ¿Y Teo? No lo veía por ningún lado hasta que un instante después le vi la carita de frente, no me lo podía creer, me llevaba una buena ventaja y yo sin ver saber en qué concha me escondió el trilero la bolita. Pues nada, a bregar a ver si lo cogía. Al bajarme de la bici tardé un rato en coordinar bien la zancada y poner un ritmo suficiente para que Rayco no me alcanzara pero insuficiente para trincar al trilero. Nos esperaba la stracciatella.

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