"Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de absoluta oscuridad. Peligro constante. No es seguro volver con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito".
(Ernest Shackleton en los periódicos británicos reclamando voluntarios para una expedición a la Antártida en 1914)

miércoles, 5 de octubre de 2011

Planeta Kalima (Capítulo IX: Paris era una fiesta)


Nada que ver. Eso es lo primero que le pasó por la cabeza al presi mientras bajaba la escalerilla del avión que les puso en las antípodas de nuestras islas. Nada que ver con los mega-aeropuertos últimamente visitados por nuestros héroes en su periplo americano, casi que el aeródromo majorero era más espléndido. Pero estaban en Kona y eso mola mogollón, sobre todo para fardar con los calimeros y restregarles por la cara que estuvieron en la isla grande de las Hawaii. Ya se sabe, la mitad del placer de los viajes está en contarlo a la llegada. Estaban en la pista subiéndose a la guagua cuando el iPhone con funda Hello Kitty del farmacéutico vibró y sonó con la melodía del día: “Si una vez dije que te amaba, hoy me arrepiento…” de Selena, canción que le cautivó en su juventud verbenera. Era Raúl Sánchez (el realejero) según mostraba en la pantalla táctil el aparatejo diseñado por Steve Jobs y sus empleados de Cupertino, California. Como estaba prohibido coger el móvil hasta llegar a la terminal, como bien advierten en los Binter al llegar a cualquier isla canaria, no lo cogió porque temía al eficiente estado policial que pisaba. Al otro lado del planeta estaba el calimero del Valle de la Orotava que simplemente pretendía saludarles y recordarles que mientras ellos estaban en el Pacífico, él y otros chicos se batirían el cobre en el Ocean Lava en Lanzarote el próximo sábado, de paso quería preguntarle si le quedaban monos nuevos porque el de él estaba más gastado que el de Juan (el espía chino) que ya era difícil. Nada más colgar, Raúl se preguntaba si valían la pena todo el sufrimiento que acarrea esto del triatlón. La pregunta que se hizo tiene su porqué, para empezar, como casi todos los calimeros (y por extensión toda la humanidad) tienen una doble vida o como mínimo algo que esconder. Ya lo dice el Dr. House, todo el mundo miente. De entrada nuestro Raúl no se llama así, su verdadero nombre es Raúl S. Street. Nació en la isla de Manhattan y es hijo del dueño del Carnegie Hall, nada más y nada menos que el teatro con más glamour e historia de Nueva York. Como se podrán imaginar a nuestro Raúl no le faltó de nada en su niñez, vivía en uno de los exclusivos pisazos del edificio Dakota colindantes con el Central Park, estudió en el I.E.S. Manhattan y fue en sus pasillos donde conoció a su primer amor, Paris Hilton. La chica era obesa de adolescente, tenía granos y estaba a años luz de la criatura en la que se ha convertido. Sobre todo, no vestía siempre de rosa. Pero Raúl la quería de verdad verdadera. Se fugaban de física y química para darse cariñitos en las zonas poco transitadas y se juraron amor eterno, pero como siempre algo absurdo rompe lo más valioso. La tragedia nació cuando apareció en la clase un chaval que luego daría que hablar, se trataba de Tom Cruise que se fijó en la rolliza millonaria nada más cruzar la puerta del aula. Para hacernos una idea del impacto que causó entre las chicas del centro, pensemos que acababa de estrenarse Risky Business, y estaba fraguándose Top Gun. El no va más de las quinceañeras (y de las más talluditas). Tras dos clases y un recreo desde la llegada del galán, Paris le dijo a Raúl la frase universal, temible como una enfermedad incurable: ”Necesito mi propio espacio”, y por supuesto, ese espacio se llamaba Tom. Tras oir el crujido de su corazón, Raúl cogió las maletas y se subió al primer avión que salía del aeropuerto JFK. Iba para Tenerife. Lo demás es historia.

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