Cuando a los terneros no los llevan al matadero y sólo les marcan con un hierro al rojo se sienten como ángeles. Es evidente que las expectativas que tienes de un evento determinan gran parte de tu nivel de satisfacción posterior, por eso me siento muy satisfecho de la carrera del sábado en Playa Blanca. Pensaba que no tenía escapatoria y al final salí alive and kicking. Esperaba masacre y corrí bien de sensaciones, que al fin y al cabo es lo principal, sentirse bien. La natación de ensueño, sin golpes, sin agobios, cuidando la técnica, pulsaciones controladas y al final se me hizo corta, estaba disfrutando en el agua, quien me diría eso hace unos años, disfrutando en el agua. No quiere decir que nadase rápido, simplemente me lo pasé bien. La transición fue un mal sueño, no pesadilla, pero como esos sueños que tienes tras un banquete genial pero ciertamente indigesto, el traje de neopreno se resistía a separarse de mi piel y me dio la brasa un rato, tanto que empecé a desesperarme y pensar que no me merecía eso. La bici la empece con buenas sensaciones, tuve la suerte que cogí la rueda de uno que empezó la carrera en plan suicida porque ese ritmo salvaje me hizo adelantar una docena de puestos sin dar pedal con el viento en contra. Vi a los lados de mi bici a Marcos, Salvi y alguno más, cogí un grupo exiguo y nos enganchó Juanjo el terrible, estaba inquieto y no tardó en dar uno palo digno de un Purito Rodríguez cualquiera, le seguí y se descolgaron los que estaban maduros. Seguimos a ritmo estandard y la transición a la carrera fue magnífica. La carrera sin sobresaltos salvo que tenía a Salvi a distancia perfecta para que se decidiera a cazarme y así lo hizo a falta de un par de centenares de metros de meta. Daba igual, estaba la mar de contento, salí vivo y coleando.