Dentro del agua la vista era estremecedora, estaba en el epicentro de una marabunta nunca vista por mis ojos de gorros rojos esperando a que el reloj marcase la hora. Este mismo momento seis años antes me hubiese provocado un infarto de miocardio pero, evidentemente, la experiencia es un tesoro y sabía que por muchos que hubiese en el agua si ellos querían ahogarme tendrían que currárselo. El speaker hablaba en alemán y no entendía nada salvo la frase del título de esta entrada que traducido del idioma de Goethe quiere decir "El día más largo del año" y eso porque estaba en todos los carteles. Pusieron el sonido de un reloj de cucu a modo de cuenta atrás y ni con esas mis pulsaciones se alteraron. No sonó nada pero todos se pusieron a nadar y yo no iba a quedarme a comer pretzels. Esperaba mamporros a mansalva pero me daba la impresión de que la gente pensaba lo mismo que yo, se diría cada uno a si mismo: "Mira chaval, déjate de historias y nada en tu sitio porque pasar al muro que tengo delante es imposible, y por favor...virgencita que me quede como estoy". De hecho, pensaba que algo no cuadraba, la primera recta la hice a ritmo de pez chupafondos de esos negros que están en cualquier pecera, mis brazos estaban como nuevos y el corazón de vacaciones. Pensaba que el tiempo sería una vergüenza pero no podía hacer nada salvo emplear la violencia. En mil metros nadie me tocó. Un milagro. Todo cambió en la primera boya, las boyas de giro son algo así como clubs sociales en los que alternas con tus congéneres, pues en esta hubo una reunión muy animada en que no había contacto sino lo siguiente, parecíamos sardinas pecho con espalda listas para el envasado y nadie se mosqueó ni entró en pánico, es que era Alemania. A partir de allí ya pude nadar e intenté hacerlo de la mejor manera que pude. No iba a bajar mi record en el agua, eso era evidente, pero estaba de buen humor, ese lago me caía bien. La última vuelta a buen ritmo y parecía que nunca acabaría, la playa casi se podía tocar pero no llegaba, una vez en ella a subir por un calvario de arena hasta los boxes, vi mi tiempo de 1:06, no era una maravilla pero ya me lo esperaba. Cogí la bolsa y la transición la hice a todo gas. Era un espectáculo ver un espacio como casi dos campos de fútbol llenos de bicis prestas a salir. Nada más empezar a rodar se tomaba
una recta bajo la sombra de hayas y castaños enormes, ligeramente cuesta abajo en la que adelantaba a todo bicho viviente, estaba emocionado y tuve que contenerme porque esas rectas llanas invitaban a los excesos. Me había planteado como objetivo una carrera sensata para llegar fuerte al final, 33 km/h de media era suficiente y yo superaba los 35 pero los cantos de sirena de ese plato de 52 dientes no me dejaba aflojar. En media hora pasamos por la ciudad de camino a las dos vueltas, el asfalto estaba minado de obras y alcantarillas, terreno propicio a los pinchazos, había que ir con cuidado. Por cierto, siempre estaba rodeado de gente, nadie hacía el afilador pero cumplir la norma anti-chuparuedas era literalmente imposible dada la densidad de ciclistas. Salir de la ciudad mejoró el circuito, campos de cebada, vacas pastando, pueblos sacados de un relato de Heidi y alguna subida llena de gente a lo Alpe D'Huez llena de gente a los lados que te hacían aumentar el ritmo involuntariamente. Hasta pasamos por una rotonda donde había una estatua dedicada a Elvis Presley, "El Rey" había hecho la mili en una base americana de la zona y había puesto a ese pueblo en el mapa. Turismo total. También hay que decir que el recorrido tenía sus sorpresas, habia tres curvas con bastante peligro, una de ellas de 90º a toda velocidad en la que pusieron fardos de paja (me imagino para qué) y en la que de frente te encontrabas a familias comiendo despreocupadamente, pero no había problema porque era Alemania. El ritmo era endiablado pero no quedaba otra, los centroeuropeos iban como flechas aunque siempre estuve rodeado de italianos, españoles e irlandeses (y luego dicen que hay crisis del euro). Había viento y se notaba a la ida, desde luego no era como en Lanzarote pero viento había y el resultado es que a la vuelta se rodaba como un cometa en colisión contra el sol. La segunda vuelta la comencé con el incidente obligado del día, se me salió la cadena y no entraba con el desviador, tuve que hacerlo manualmente ¡Qué coñazo! eso no alteró mi humor. de cuando en cuando me venía a la cabeza el hecho de que Juanjo no me había alcanzado aún. Teo estaría a saber dónde más adelante. Del resto de canarios sin señal todavía. La llegada a la segunda transición fue fulgurante y perdí unos segundos valiosos buscando mi bolsa roja. La carrera a pie la empecé muy bien, iba con buenas sensaciones y con buen ritmo, antes del primer giro veo más adelante a Juanjo, como me había pasado? Habría sido en los boxes, menos mal! Así no me dedicaría una canción mientras me pasaba. Hay que mirar el lado bueno de las cosas. A partir de allí todo fue a peor, empece a correr más lentamente y veía impotente como mi GPS iba rebajando la media como si fuese una hemorragia. No me sentía mal, no me dolía nada, simplemente estaba reventado, la bici desaforada me traicionó o simplemente ya me llegaba el muro. El recorrido a pie era espectacular, gente animando por todas partes, árboles, río, rascacielos, puentes y gente cogiendo el sol en el césped. En el kilómetro 25 empeoró, si cabe, el panorama, mi cuadriceps se quería rebelar y casi se me acalambra el isquio al intentar estirar. No pasó a mayores el tema. Al acabar la tercera vuelta, y sólo faltando una, veías como algunos afortunados que tenían el cuarto coletero, el preciado de color verde, entraban a meta todos contentos y yo con una envidia pasmosa. Tenía ganas de acabar el suplicio y quedaban más de diez kilómetros. Por lo menos solo quedaba una y además ningún canario me dobló. Antes de hacer el último giro, el de los coleteros verdes, vi a Rodolfo caminando, no podía creerlo. Su rodillla dijo basta. Termine la carrera galopando entre cientos de personas sentadas en una enorme grada en el Römerberg. Medallita y a echar de menos volver a correr. Bendito vicio.
una recta bajo la sombra de hayas y castaños enormes, ligeramente cuesta abajo en la que adelantaba a todo bicho viviente, estaba emocionado y tuve que contenerme porque esas rectas llanas invitaban a los excesos. Me había planteado como objetivo una carrera sensata para llegar fuerte al final, 33 km/h de media era suficiente y yo superaba los 35 pero los cantos de sirena de ese plato de 52 dientes no me dejaba aflojar. En media hora pasamos por la ciudad de camino a las dos vueltas, el asfalto estaba minado de obras y alcantarillas, terreno propicio a los pinchazos, había que ir con cuidado. Por cierto, siempre estaba rodeado de gente, nadie hacía el afilador pero cumplir la norma anti-chuparuedas era literalmente imposible dada la densidad de ciclistas. Salir de la ciudad mejoró el circuito, campos de cebada, vacas pastando, pueblos sacados de un relato de Heidi y alguna subida llena de gente a lo Alpe D'Huez llena de gente a los lados que te hacían aumentar el ritmo involuntariamente. Hasta pasamos por una rotonda donde había una estatua dedicada a Elvis Presley, "El Rey" había hecho la mili en una base americana de la zona y había puesto a ese pueblo en el mapa. Turismo total. También hay que decir que el recorrido tenía sus sorpresas, habia tres curvas con bastante peligro, una de ellas de 90º a toda velocidad en la que pusieron fardos de paja (me imagino para qué) y en la que de frente te encontrabas a familias comiendo despreocupadamente, pero no había problema porque era Alemania. El ritmo era endiablado pero no quedaba otra, los centroeuropeos iban como flechas aunque siempre estuve rodeado de italianos, españoles e irlandeses (y luego dicen que hay crisis del euro). Había viento y se notaba a la ida, desde luego no era como en Lanzarote pero viento había y el resultado es que a la vuelta se rodaba como un cometa en colisión contra el sol. La segunda vuelta la comencé con el incidente obligado del día, se me salió la cadena y no entraba con el desviador, tuve que hacerlo manualmente ¡Qué coñazo! eso no alteró mi humor. de cuando en cuando me venía a la cabeza el hecho de que Juanjo no me había alcanzado aún. Teo estaría a saber dónde más adelante. Del resto de canarios sin señal todavía. La llegada a la segunda transición fue fulgurante y perdí unos segundos valiosos buscando mi bolsa roja. La carrera a pie la empecé muy bien, iba con buenas sensaciones y con buen ritmo, antes del primer giro veo más adelante a Juanjo, como me había pasado? Habría sido en los boxes, menos mal! Así no me dedicaría una canción mientras me pasaba. Hay que mirar el lado bueno de las cosas. A partir de allí todo fue a peor, empece a correr más lentamente y veía impotente como mi GPS iba rebajando la media como si fuese una hemorragia. No me sentía mal, no me dolía nada, simplemente estaba reventado, la bici desaforada me traicionó o simplemente ya me llegaba el muro. El recorrido a pie era espectacular, gente animando por todas partes, árboles, río, rascacielos, puentes y gente cogiendo el sol en el césped. En el kilómetro 25 empeoró, si cabe, el panorama, mi cuadriceps se quería rebelar y casi se me acalambra el isquio al intentar estirar. No pasó a mayores el tema. Al acabar la tercera vuelta, y sólo faltando una, veías como algunos afortunados que tenían el cuarto coletero, el preciado de color verde, entraban a meta todos contentos y yo con una envidia pasmosa. Tenía ganas de acabar el suplicio y quedaban más de diez kilómetros. Por lo menos solo quedaba una y además ningún canario me dobló. Antes de hacer el último giro, el de los coleteros verdes, vi a Rodolfo caminando, no podía creerlo. Su rodillla dijo basta. Termine la carrera galopando entre cientos de personas sentadas en una enorme grada en el Römerberg. Medallita y a echar de menos volver a correr. Bendito vicio.