Como ya solo queda hacer la maleta y limpiar la bici es hora de hacer un balance del camino recorrido hasta aquí, porque ya tengo nostalgia y no he empezado todavía. Esas semanas rojas -En mi terminología, roja equivale a más de 22 horas de entrenos semanales- dejan huella como un viaje por el Ártico o por el Sáhara argelino, por los extremos. Los extremos te pueden incomodar pero si luego vas a Picadilly Circus o a Montmartre te parece que estás comiendo en un fast food, que conste que me gusta esa comida pero ver orcas en las islas Svalvard debe ser la repera.
Este año he nadado menos (casi un 12% menos) rodado menos (casi un 3%) y corrido menos (un 2%) que el año pasado, la motivación no ha sido la misma porque pegarse las kilometradas inmisericordes requiere disciplina y muchas ganas, y yo tuve algo de lo primero. Recuerdo que en vísperas de mi primer IM si en el plan de entrenos hubiese puesto 250 km de bici tres veces a la semana los hubiese hecho sin pestañear pero este año calculaba la mejor manera de aprovechar el tiempo ¿Será suficiente? Creo que si, la experiencia es un grado y más kilómetros no siempre es sinónimo de calidad aunque las kilometradas te dan confianza porque sabes que eres capaz. En unos días sabré si no ha resultado el plan. No solo el Ironman es una pasada, también lo son todos sus accesorios, el ambiente, las caras de los novatos al tocar la fria arena el sábado a las seis y media, los ánimos de la gente, todo cuenta para hacerlo grandioso.
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