Otra vez el agua de Costa Teguise
helada, las fulas también entre las rocas. Como el año pasado, todo era
idílico, los chicos y chicas calentando el cuerpo en el agua fresquita, poco
viento todavía, seguro que no sube más -pensé- todo era felicidad, risas y
bromas con los coleguillas. Se dio la salida, las rocas a veinte centímetros de
mi pecho y al salir del rompeolas, otra vez las olas sin romper hacían
interesante la natación, estaba disfrutando a tope y no iba al cien por cien,
es increíble la confianza y placer que he cogido a eso de nadar, que lo haga
bien y/o rápido es otra historia. Esta vez me orienté bastante bien y se me pasó
el primer segmento en un plis-plas. Al salir del agua los gritos de ánimo de
los chicos de la larga eran oro puro, había que tener cuidado con el suelo que
era un campo de minas. La bici la empecé desbocado y la subida inicial era
fastidiosa, al llegar a la carretera hacia Arrieta metí la directa y pasaba
gente. La alegría era desbordante. La subida a Tabayesco me volvió a la
realidad gravitatoria, mi peso todavía lastra mis subidas, me pasaron algunos,
Sito me dejó botado como una colilla a pesar de sus invitaciones a seguirle
como si de paseo fuésemos, no obstante iba bien porque hice inventario al llegar a la cima y las cuentas me decían que era el
tercer majorero. Las palmeras dobladas son el mejor anemómetro que existe, y
las del parque eólico parecían contorsionistas, en un momento dado mi rueda delantera
empezó a vibrar y, peor aún, empezó a resonar. Brevemente diré que la resonancia
es un fenómeno físico sumamente interesante en el que un objeto tiene una vibración
que se alimenta continuamente, de manera que su amplitud teóricamente puede
llegar al infinito o hasta que el objeto se rompa, tal como le pasó al puente
de Tacoma en los años cuarenta. Dicho de otra manera, perdí el control de la
bici y literalmente me vi empotrado contra un coche, afortunadamente no pasó y
me detuve totalmente. En mis venas había más adrenalina que sangre y bajé hasta
la siguiente curva a velocidad de tortuga drogada. Me pasaron al menos cuatro
majoreros, el resto de la bici lo hice desconcentrado y agarrotado pero feliz de
seguir entero. El entuerto no había acabado porque al llegar a Costa Teguise me
equivoqué de via y seguí hasta El Hotel Salinas y además induje a David al
mismo error porque me seguía de cerca. En ese lapso me pasaron otros tres
majoreros. La carrera a pie la hice a ritmo de entrenamiento post-resaca y solo
quería acabar y volver a vacilar con esos máquinas que corrieron conmigo ese
día.
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